A través de un fariseo y un publicano, Jesús en el evangelio
de hoy nos muestra de una forma clara dos posturas diferentes y contrapuestas
para dirigirnos a Dios y a los demás:
Orar desde las costumbres, cumpliendo todas las normas,
seguros de hacerlo todo bien con aires de prepotencia y autosuficiencia y
creyendo que los demás son inferiores. (El fariseo)
Orar con humildad, conociendo los fallos, pidiendo perdón
desde la confianza y con la seguridad de que Dios escucha, quiere, acoge y
perdona siempre. (El publicano)
La pregunta está clara: ¿Cuál es mi actitud? - ¿A quién me
parezco?
Pero la respuesta no es tan fácil.
A veces, muchas veces, nos miramos demasiado a nosotros
mismos; creemos que lo que pensamos, nuestras ideas son las más verdaderas; que
nuestra religión es la única; que nadie hace las cosas como uno mismo; que no
necesitamos de los demás y a veces ni siquiera de Dios; que no somos como otros
con innumerables debilidades y fallos; alardeamos de lo que tenemos sin mirar a
nuestro lado para ver lo que les falta a los demás; nos creemos “super
cristianos” por ir a misa, rezar y hablar muchísimo de religión pero a veces
poco nos importan las situaciones difíciles de los otros, (recordaba por
ejemplo el caso ese del obispo alemán= “el obispo de lujo”) que ha gastado
millones de euros en una casa con dinero que no era de él. Una manera de pensar
en sí mismo con un corazón de rico.
Y por el contrario también hemos vivido lo bonito de esas
experiencias de acercarnos a Dios para pedir perdón por nuestros fallos, para
decir “lo siento” de una manera sencilla y humilde, para pedir fuerza y ánimo
en momentos duros, para agradecer el regalo de cada día. Y si esa actitud es la
que tenemos ante Dios, es seguro que será también la que tenemos con los demás,
contando con ellos; importándonos lo que les pasa; haciéndonos cercanos;
comprometiéndonos en situaciones difíciles pero justas; invirtiendo tiempo y
amor en los demás.
Ojalá tú, yo, nuestro grupo, nuestra comunidad, después de
mirarnos y de reflexionar, elijamos y trabajemos por poner humildad y sencillez
en nuestra vida, que esa sea nuestra forma de presentación ante Dios en la
oración y en nuestra manera de actuar ante
los demás. Juntos caminaremos hacia una sociedad un poco más justa y humana.
R.A.
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