Cada uno hace oración como vive: también expresa, de alguna manera, como se ve a sí mismo, a los demás e incluso a Dios.
El fariseo tiene una imagen que mantener: es “el bueno”. En la sociedad le ven así..seguramente está convencido de que hasta Dios le ve así… Está muy preocupado de que siga siendo así...y es a lo que dedica la mayor parte de su tiempo y sus esfuerzos. En su oración no hace más que compararse con los demás, los “malos”. Por supuesto, no necesita mejorar…
El publicano, en cambio, sabe que se dedica a una actividad despreciable de cara a la sociedad. Ni le ven, ni se considera bueno. En su oración no se compara con nadie: Simplemente tiene la ilusión de encontrarse con Dios y reconciliarse con él. Confía y espera en el Amor, no tiene nada más.
En nuestra sociedad es muy fácil que me vea tentado de considerarme el “bueno”: No exploto a nadie, no robo a nadie, trabajo y cotizo, pago mis impuestos, colaboro con la Iglesia, ayudo a los que me necesitan...
No soy como los políticos y los banqueros que roban, como los ricos que explotan a los demás, o como...
Esta actitud me puede llevar a una rutina vacía, e impedir que reconozca en el otro a la persona que realmente es…
Por eso, con esta parábola Jesús viene a recordarme de que va esto. No se trata de “ser o no ser bueno”. Se trata de acercarme a los demás y a Dios con humildad, reconociendo mis limitaciones, y con esperanza de ser, cada día, un poco mejor, tal y como hizo el publicano.
Este domingo es la Jornada Mundial de las Misiones (Domund). Que mejor ejemplo de vida que el de todos los misioneros que han salido de su país para compartir su vida y darla (a veces literalmente puesto que en muchos sitios corren peligro) a quienes menos tienen.
S.F.