Decía Santa Teresa: “La oración es un trato de amistad, orar es hablar con quien sabemos que nos ama”
Y dicho así, parece algo sencillo aunque mi experiencia me dice que rezar no resulta tan fácil.
Desde pequeña mis padres, profesores y catequistas, me enseñaron aquellas oraciones que aprendí de memoria y que repetía con frecuencia pero sobre todo, me iniciaron en lo importante que es rezar y tener una relación cercana con Dios.
Con el paso del tiempo, con las experiencias que he tenido en la vida y con la ayuda de personas con las que comparto mi fe, he descubierto que rezar me ayuda en mi día a día: en mi forma de actuar y a la hora de tomar decisiones.
Nunca he entendido la oración como una varita mágica para conseguir mis deseos, ni algo puntual ante las dificultades.
Mi oración es desde una actitud de confianza en Dios, sé que me quiere, me entiende, me conoce y me acepta. Conoce lo que siento y vivo en este momento, lo que necesito, mis deseos, mis miedos, mis sufrimientos y mis alegrías.
Desde este sentimiento de seguridad, la oración me da paz, encuentro apoyo y me da esperanza.
He aprendido que la oración está impregnada de compromiso, que rezar es también pedir justicia e implicarme de lleno en favor de tantas personas injustamente tratadas.
Por eso hoy, de una manera especial y con motivo del Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, mi oración es insistente: un grito contra nuestra indiferencia y conformismo y a favor de la igualdad, la justicia, el respeto y la dignidad de todas las personas.
Y dicho así, parece algo sencillo aunque mi experiencia me dice que rezar no resulta tan fácil.
Desde pequeña mis padres, profesores y catequistas, me enseñaron aquellas oraciones que aprendí de memoria y que repetía con frecuencia pero sobre todo, me iniciaron en lo importante que es rezar y tener una relación cercana con Dios.
Con el paso del tiempo, con las experiencias que he tenido en la vida y con la ayuda de personas con las que comparto mi fe, he descubierto que rezar me ayuda en mi día a día: en mi forma de actuar y a la hora de tomar decisiones.
Nunca he entendido la oración como una varita mágica para conseguir mis deseos, ni algo puntual ante las dificultades.
Mi oración es desde una actitud de confianza en Dios, sé que me quiere, me entiende, me conoce y me acepta. Conoce lo que siento y vivo en este momento, lo que necesito, mis deseos, mis miedos, mis sufrimientos y mis alegrías.
Desde este sentimiento de seguridad, la oración me da paz, encuentro apoyo y me da esperanza.
He aprendido que la oración está impregnada de compromiso, que rezar es también pedir justicia e implicarme de lleno en favor de tantas personas injustamente tratadas.
Por eso hoy, de una manera especial y con motivo del Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, mi oración es insistente: un grito contra nuestra indiferencia y conformismo y a favor de la igualdad, la justicia, el respeto y la dignidad de todas las personas.
R.A.
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