Las despedidas han sido de esas experiencias importantes de mi vida. Siempre envueltas en expresiones de tristeza porque significan ruptura y dolor.
Por esto es normal que cuando los discípulos oyen a Jesús anunciarles que se va, aparezcan gestos y momentos de preocupación y de miedo ante la nueva situación.
Pero Jesús les tranquiliza y les anuncia una nueva presencia: el Espíritu que les consolará, les hará comprender y les dará fuerza para afrontar nuevos retos y asumir tareas nuevas.
En su despedida, nos embarca en una aventura preciosa, la de amarle y seguirle, la de acoger y amar a los otros.
Y qué bonita la experiencia de amar a tope, ese darlo todo sin sacrificios ni obligaciones. Todos sabemos cómo es este amor sin normas porque todos hemos amado así, a veces como madres-padres, otras, como enamoradas-enamorados.
Hay personas a las que les suelo decir: “eres un amor” porque su comportamiento es así, aman al estilo de Jesús, poniendo corazón en sus manos, en sus miradas, en sus bocas y hasta en sus pies. Siempre con gestos de cariño, humildad, generosidad, acogida y servicio ¡cuántos cuidados, respeto, consuelos y palabras bonitas he recibido de ellos!
Y por ahí creo que va la tarea que Jesús nos encomienda.
Se va acabando el curso y el lema de nuestra Unidad Pastoral nos deja claro que ser acogedor vale la pena. Ojalá que tanto a nivel individual como juntos, en nuestra comunidad nos dejemos guiar por el Espíritu y pongamos fuerza en ser defensores y compañeros de los que nos necesitan.
R.A.
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