Hoy el evangelio nos habla con un lenguaje apocalíptico, sobre el fin del mundo, sobre que el fin del mundo llegara que nada es eterno. Nadie sabe el día ni la hora, solo el Padre. Pero no acaba con incertidumbre, sino que revela una esperanza, todo acabará pero no será sino el umbral de una nueva creación con Jesús Resucitado.
En estos días que vivimos, que también parecen apocalípticos, desahucios, despidos hoy si y mañana también, suicidios causados ante la ausencia de la esperanza, de esa que nos marca el Maestro, familias cercanas, vecinos de portal con tres hijos o mas y que no saben que comerán mañana…
A mi también se me hace difícil creer en sus palabras, en la venida de una nueva creación, cuando veo familias rotas por los efectos de la crisis; Familias con incertidumbre, familias que se cuestionan ¿qué será de nosotros el día de mañana?, que se interrogan cada día acerca de cuándo obtendrán trabajo, de cómo pagar las letras etc.
¿Cómo creer que en esta higuera brotaran otra vez nuevas ramas?… ¿Dónde encontrar esos pequeños gestos de vida que nos evoca la higuera del relato de hoy?
Cierro mis ojos y quiero ver, sentir esa realidad con esperanza, con la esperanza del Resucitado. Y presiento que es posible que empecemos a vivir de otra manera. Lo hago cuando José, el abuelito que acompaño en mi trabajo, da casi toda la pensión para ayudar a dar de comer a sus nietos, o que Carlos, el pobre maestro solitario, ofrezca su paga extra para Cáritas y así dar un poco de salida al necesitado.
Cierro mis ojos y agudizo mi oído… De nuevo percibo esa esperanza en los cerrajeros que anuncian en la radio que no se prestaran a abrir las casas de los desahuciados, aunque con eso pierdan dinero.
Cierro mis ojos y mi corazón ve, agudizo mi oído y mi alma escucha…percibo que todo ello es la higuera y sus ramas de vida. Son sus tallos los que encuentro, pequeñas cosas que me hacen pensar que una nueva vida es posible gracias al Resucitado, es la esperanza que nos queda; Ayudarnos unos a los otros para salir adelante. Son pequeños gestos que me enseñan que la vida está en gestación, que nuestros esfuerzos por un mundo mejor no se perderán… Jesús esta en esta realidad.
Veo, siento y escucho su esperanza, y mientras acaricio el suave pelo de mi pequeña acostada en mi regazo respiro tranquila, porque sé que Él no nos dejara….
N.B.
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