Nuestra fe, igual que muchas cosas en la vida, necesita certezas: “ver para creer”. Nosotros, igual que Tomás necesitamos “ver y tocar” para estar seguros.
Pero también sabemos y hemos experimentado que las cosas más importantes (el amor, la alegría…) sólo se ven con el corazón y que “lo esencial es invisible a los ojos”.
Vieron al Señor rápidamente aquéllos que sentían un amor apasionado por Él como las mujeres porque nunca dejaron que desapareciera de su corazón.
El secreto está en hacerle un sitio en nuestra vida, en sentirle, en quererle y así llenarnos de paz, de alegría y de esperanza como los primeros testigos de la Resurrección.
Jesús los envió con la fuerza del Espíritu Santo. Así nació una nueva comunidad de hombres y mujeres valientes, confiados y esperanzados, capaces de hacer las cosas de otra manera, con esa paz que hace posible un mundo nuevo y con la alegría y confianza de verse acompañados.
Hoy esa comunidad es la nuestra y nosotros somos los testigos enviados.
¿Decimos si no lo veo no lo creo ó creemos, tenemos confianza y sentimos a Dios en nuestro día a día?
¿Somos una comunidad que camina bajo la influencia y la fuerza del Espíritu Santo?
¿Contagiamos alegría y paz en nuestro caminar?
¿Abrimos caminos samaritanos?
Ojalá esa presencia de Dios nos haga cada día más valientes, menos egoístas, capaces de compartir, de ser compasivos, de apoyar al más débil y de ser esperanza para los que sufren.
R.A.
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